Legitimidad vs. Popularidad: Los Pilares de la Gobernanza Democrática

Por Eduardo A. Gamarra

Los resultados de las elecciones presidenciales de EE.UU. en 2024 han dejado poco margen de duda: Donald Trump ganó tanto el Colegio Electoral como el voto popular. Su victoria, asegurada dentro del marco electoral establecido, le otorga un mandato democrático. Sin embargo, ¿otorga la popularidad electoral un poder sin límites? ¿Ganar una elección le da derecho a un presidente a concentrar el poder, anular al Congreso o ignorar fallos judiciales? La respuesta es, sin duda, no.

La diferencia entre popularidad y legitimidad es fundamental para comprender la gobernanza democrática. Mientras que la popularidad proviene del éxito electoral, la legitimidad se basa en el respeto a los límites institucionales, legales y constitucionales que definen el sistema político estadounidense. Un presidente puede ser el líder más popular de la historia, pero sin un compromiso con el Estado de derecho, las normas constitucionales y los controles institucionales, su gobierno corre el riesgo de convertirse en una autocracia.

Los Fundamentos Institucionales de la Legitimidad

En los sistemas democráticos, la legitimidad no se deriva exclusivamente de las urnas.  Tampoco se deriva de las encuestas.  Surge de un complejo sistema de leyes, instituciones y normas que garantizan que el poder se ejerza dentro de los límites constitucionales.

La Constitución de EE.UU. fragmenta deliberadamente el poder entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, asegurando que ningún actor pueda dictar unilateralmente la dirección del gobierno.

Este sistema existe para evitar los peligros del mayoritarismo, la idea de que el éxito electoral por sí solo justifica el poder absoluto. En el contexto estadounidense, la legitimidad requiere que un presidente respete la autoridad del Congreso para legislar, la independencia del poder judicial para interpretar la ley y el papel de los estados en un sistema federal. Un presidente que ignora estos límites, sin importar cuán popular sea, socava la propia legitimidad de su gobierno.

Los Peligros de Confundir Popularidad con Legitimidad

A lo largo de la historia, muchos líderes han equiparado la victoria electoral con un poder ilimitado. Desde Hugo Chávez en Venezuela hasta Viktor Orbán en Hungría, líderes populistas han utilizado su mandato popular como justificación para debilitar los controles institucionales, concentrar el poder y socavar el Estado de derecho. El peligro no es hipotético. Incluso en democracias consolidadas, los líderes con un gran respaldo popular pueden explotar su popularidad para justificar acciones que debilitan las instituciones democráticas.

En EE.UU., los riesgos son reales. Un presidente que desafía abiertamente los fallos judiciales, coacciona al Congreso o intenta gobernar unilateralmente sin restricciones institucionales pone en peligro los fundamentos de la democracia constitucional. Es una cosa impulsar políticas que reflejen la voluntad del electorado; es otra ignorar los mecanismos constitucionales a través de los cuales esas políticas deben implementarse.

Implicaciones para la Democracia en EE.UU.

La distinción entre popularidad y legitimidad tiene profundas implicaciones para el futuro de la gobernanza democrática en EE.UU. Si un presidente opera bajo la creencia de que la victoria electoral le otorga un poder sin límites, entonces la democracia estadounidense enfrenta una crisis fundamental.

Primero, la erosión de la legitimidad institucional amenaza la estabilidad del sistema. Si el poder ejecutivo se niega a reconocer la autoridad de los tribunales o ignora la supervisión del Congreso, ¿qué impide que futuros presidentes hagan lo mismo? El precedente que establece una administración puede tener consecuencias duraderas, normalizando la erosión de las normas democráticas.

Segundo, confundir la popularidad con la legitimidad fomenta la personalización del poder. En lugar de que gobiernen las instituciones, los individuos se convierten en el centro del sistema, lo que genera un entorno donde la lealtad a un líder supera la adhesión a los principios constitucionales. El resultado es un sistema político que se asemeja más a una dictadura plebiscitaria que a una democracia funcional.

Finalmente, la durabilidad de la democracia estadounidense depende de la disposición tanto de los líderes como de los ciudadanos a reconocer los límites del gobierno mayoritario. Los fundadores diseñaron un sistema que equilibra la voluntad popular con salvaguardas institucionales. Un presidente que respeta estos límites fortalece la democracia; un presidente que los desafía la pone en peligro.

Conclusión

La victoria de Donald Trump en 2024 fue contundente, pero la pregunta ahora no es si ganó, sino cómo gobernará. La legitimidad de su presidencia dependerá no solo del tamaño de su mandato electoral, sino también de su respeto por el Estado de derecho, su compromiso con las instituciones y su disposición a operar dentro de los límites constitucionales.

El sistema de EE.UU. no fue diseñado para ser gobernado solo por la popularidad. Se construyó sobre el principio de que incluso el líder más popular debe estar sujeto a la ley. La salud de la democracia estadounidense depende de garantizar que la legitimidad, y no solo la popularidad, siga siendo la base del poder presidencial.

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